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'Candide': Paco Mir y el optimismo


Es probable que Voltaire nunca imaginara que con una obra suya un patio de butacas pudiera partirse de risa. Pero tampoco pensaba que un día Paco Mir pudiera coger su Candide y transformarlo en una maravilla cómica con música de Leonard Bernstein. El Candide de los Teatros del Canal es una prueba de que la ópera (en este caso, opereta) puede ser un espectáculo para todos los públicos, un derroche de ingenio e imaginación que conquiste hasta al último espectador. 

Desde que se levanta el telón y empieza a sonar esa fantasía en forma de fanfarria que es la obertura, el público siente que lo que va a pasar sobre el escenario no lo dejará indiferente. Solo un pequeño podio a tres alturas sirve de decorado para una hilarante obra en la que Paco Mir, como ya hizo con Los sobrinos del Capitán Grant el pasado diciembre en el Teatro de la Zarzuela, derrocha creatividad para relatar un viaje alrededor del mundo en busca de la felicidad. Los bosques y las selvas son extras que amontonan ramas para que Candide las vaya apartando, el auto da fe de Lisboa es un bazar de merchandising ante el gran evento y los Andes estructuras de escaleras de madera que luego se transformarán en improvisadas tumbonas.

Una opereta optimista en la que el joven Candide está interpretado por un Antoni Comas que lleva un año en estado de gracia, una María Rey-Joly que se mueve con desparpajo y sin censuras por el escenario poniendo los agudos de esta partitura a buen nivel y un Axier Sánchez que resulta creíble como ese donjuan a lo George Clooney (gesto de anuncio de Martini en los labios incluído) que es el apuesto príncipe Maximilian. Y una mención especial a Jesús Castejón, ese narrador y profesor montado en un atril-patinete que va hilando fino las escenas.

¡Y qué decir de la orquesta y el coro! Personajes indiscutibles de la trama y colaboradores del éxito de la producción, le echan mucha cara bien haya que morirse en el asalto del castillo de Westphalia, haya que gritar a los personajes como parte del pueblo de las distintas ciudades, o salir disfrazados de Martirio, guardias civiles o toreros en la escena del puerto de Cádiz. Y que nadie se acuerda de que son una orquesta joven, porque el mejor valor que siempre ha tenido esta orquesta es la ilusión y las ganas (ay si las sinfónicas tuvieran la mitad de entusiasmo corriendo por sus atriles), lo que queda plasmado en la ejecucion de la Orquesta Joven de la Comunidad de Madrid, de la que no dudo que saldrán los nuevos miembros de nuestras orquestas. 

Candide es un prodigio, y su único defecto es que solo haya estado durante cuatro funciones, porque ayer domingo el teatro estaba a reventar. Y hay que decir más: es el ejemplo de que una ópera hecha con imaginación puede propiciar esa renovación del público que los auditorios tanto necesitan y puede enganchar a los jóvenes para futuros montajes. Dos horas y media de arte que no quieres que acaben nunca, porque si estás sentado en la Sala Roja del Canal, todo lo que te angustie del mundo de ahí afuera no importa. Paco Mir ha renovado el optimismo, y si el maestro de Nueva York viera lo que ha hecho con su opereta, le invitaría a un puro. Esperemos que vuelva, aunque sea en el Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial. Porque nunca hay suficientes funciones para una obra que te hace soñar y reír a carcajadas en estos tiempos que vivimos.

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